martes, 2 de diciembre de 2008

(Ficción de aficionados)

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No quiero que me dé la razón porque sea igual darmela que no. Porque dármela sea más facil que explicarme por qué no la tengo. No quiero su desdén, respirar el hedor de su autosuficiencia, puaj. No quiero miradas por encima del hombro, y detesto la sensación de cuando empiezo a sentirme inferior por un instante, justo antes de que mi subconsciente vomite en su puerta. No quiero que me habrá la puerta, o que me dé la llave pensando en que luego podrá recordarme quien me dió la llave. No. Quiero agarrar el pomo de la puerta y girarlo yo mismo, darla patadas si se atora, cargar con el hombro si está cerrada. Hasta caerme al suelo rendido. Si está cerrada... si está cerrada mearé en la puta puerta, grabaré con una navaja "¡fatiga! ¡insomnio! ¡desidia!", la desconcharé a arañazos. Y no pararé de patear la puta puerta, de escupirla y volver a patearla, hasta que yo y solo yo, decida que ya es suficiente. Y entonces cogeré una piedra, la más grande que encuentre y la tiraré a la ventana. Romperé los cristales y gritaré para que se me oiga bien dentro "¡Jódete porque soy yo el que no quiere entrar!"

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