domingo, 7 de abril de 2024

(Basado en hechos reales)

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Gracias Madrid y...

Gente por doquier te impide llegar a la hora. 
Reservar unas entradas para cualquier cosa y que resulte magnífica.
Algunas veces, muy pocas, ser futbolero, pero muy poco.
Cenar algo que ni me acuerdo. 
Indagar que fue de ese sitio.
Apretados bailando en un bar sobrado de espacio. 
Salvaje y dulce, mi combinado favorito.

Buenos días de los de sonrisa ancha.
Otra vez ¿Y otra? Y otra. 
Nicotina porque mañana lo dejamos. 
Imposible no comerse este cruasán con las manos.
Contarnos algo de todo lo que no íbamos a contarnos. 
A casa en coche en un domingo soleado. 

😜​

sábado, 14 de enero de 2023

(Basado en hechos reales)

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Bilbao, oscuro, invierno, humedad. 

En cuarenta minutos pasamos de "cerrado por vacaciones" a "pasa, te levanto la persiana". Tan inocente como la no existencia, inocentemente ¿por qué no? empezó a existir.  

Dentro había calidez -no parecía un local cerrado-. En el mostrador, que ni mota de polvo, se exponían las miradas profundas, el producto estrella. Las sonrisas estaban en el expositor más alto, intercaladas con algunas carcajadas. Todo un perchero lleno de abrazos. Tenían besos y orgasmos en oferta. 

Se cogió un poco de esto y aquello y se pagó con promesas. 

- ¿Envolvéis para regalo? Es para una versión de mí mismo que hace mucho que no veo. 

- Claro. -sonriendo. 


Quedé tan satisfecho que quise pasarme de nuevo. Oh mi tristeza al ver en la persiana bajada un cartel:

LOCAL CERRADO
NUEVA APERTURA: NI EN SORIA NI EN HUESCA

Así que me fui a Madrid a esperar el verano. 


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(Ficción de aficionados)

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Se van apagando las luces. Se atenúan, tintinean y desaparecen. Por dentro siempre explotan, solo a veces también por fuera.

Por dentro se siente que las farolas, al dejarlas a la espalda estallan, y al girarme al mirarlas ya es tarde. Resplandece mi cara al encender un cigarrillo en una calle que oscurece a medida que avanzo.

Abrazaré a mil putas desconsolado, romperé la habitación a carcajadas, llenaré el corazón de amigos, aprenderé alguna receta nueva, ahogaré los éxitos en mil vasos, me quemará el primer sol del verano. También algún día lloraré por lo más pequeño, pero en definitiva sobrevolaré la vida sonriendo.

La calle sin embargo, irá quedando oscura tras mi paso.

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miércoles, 26 de octubre de 2022

(Basado en hechos reales)

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Somos esa generación. Nos han preparado para un mundo que iba bien pero solamente hemos conocido un mundo que se cae a pedazos. Vivimos un interludio permanente: aún vivimos bien, no habrá revolución; pero ya vivimos peor que nuestros padres. 

Hay pequeñas píldoras alrededor, en forma de avances técnicos, médicos, a veces, las menos, pequeños avances sociales, que nos gustan, pero sobretodo nos anestesian. Nuestros amigos se casan, tienen hijos, nos miran sin decirlo, pensando que ojalá la cosa mejore. Somos indemnes a esa lástima. Seguimos buscando y a la vez no esperando encontrar nada. 

Experimentamos el momento de cierre de los bares y pronunciamos eso de “¿qué queda abierto ahora?” más veces de las que parecería sano. No es que esperemos encontrar las respuestas en vasos, es que sabedores de que las respuestas no parecen estar en ninguna parte, los bares son un sitio cualquiera donde pasar el rato. Ni tan siquiera cualquiera, romántico. Pasan cosas; a veces divertidas, a veces tristes, pero siempre pasan cosas. Vivos ya estamos, pero a veces necesitamos además la ilusión de estarlo. El lunes a la mañana casi nunca pasa nada nuevo. El sábado de madrugada, lo aleatorio es norma y además hay música de fondo.

martes, 10 de enero de 2017

(Basado en hechos reales)

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Muy buen truco. Sí señora, muy buen truco.

Cenamos una vez, el uno frente al otro, en esa mesa que solía usar un poco para todo. Tuvimos que despejarla, ponerla en orden, hacer hueco para dos platos, dos pares de cubiertos, dos vasos. Después de que te sentases en esa silla, la pared de detrás no me hace ninguna compañía.

Estás lejos y ahí estás tú cada vez que ceno.

Las escaleras eran sólo escaleras, pero las subí con ilusión durante algún tiempo. Ahora son interminables, cansinas, crujen desesperadas.

Estás lejos y sé que arriba me espera tu ausencia cada vez que enfilo las escaleras.

Antes me gustaba mi sofá rojo Burdeos. Amplio y cómodo. Lo impregnamos de nosotros cada noche. Te fuiste y en algún momento, se volvió rojo carmín sin que me diera cuenta.

Estás lejos y ahí están tus labios cada vez que lo miro.

Hicimos el amor en el balcón en el que fumo. Como dos imanes que se chocan. Como si fuese la primera vez. Ahora odio salir a fumar. Fumo cada cigarrillo pensando en dejarlo de una vez por todas. No lo disfruto, solo me mata.

Estás lejos y esa silla en la que fui feliz es ahora mi silla de tortura.

Pero cometiste un error: mi cama. Nunca despertamos abrazados en ella. Así que cuando me quiero refugiar de tu recuerdo, me voy a mi pequeño cuarto. Me tumbo en la cama. Me hago una bola y me cubro con el edredón. Me quedo horas ahí, sin sacar la cabeza...

...

Espera...

Ok, lo pillo. Muy buen truco sí señora. Muy buen truco.


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lunes, 9 de enero de 2017

(Ficción de aficionados)

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Así.
Así te acaricio la barba y te huelo.
Te surco la cara con mis afiladas uñas;
en tu cara son terciopelo.
Porqué sé que así cierras los ojos.
Y no me ves.
No me ves y te huelo.
Cierro los ojos y te huelo.
Así.
Congelo nuestro vaivén con mis brazos.
Disfruto de tener en mis piernas tu peso,
así que "nos" congelo.
Cierro los ojos. Te veo con mis manos.
Dibujo una espalda perfecta y es la tuya;
unos hombros, unas caderas, un cuello.
Cierro los ojos y te huelo.

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miércoles, 4 de enero de 2017

(Ficción de aficionados)

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- ¡Hola abuelo!
El niño se abalanza a la cama de hospital y su abuelo pone cara de cuidado mientras sonríe y le abraza.
- ¡Rubén! ¡Qué tengas cuidado con el abuelo te he dicho! -le riñe su madre-. Perdona papá ¿te ha hecho daño?
- No, no, déjale -dice el abuelo mientras aún abraza al pequeño.

Al de un rato de estar en la habitación, a Simona le suena el móvil

-Tengo que cogerlo, tardaré un rato. Rubén, pórtate bien y no des la lata.
-Sí mamá.

Rubén se acerca a su abuelo y le pregunta si puede sentarse en la cama con él -por supuesto que sí-. El pequeño tímidamente pregunta mirando a las sábanas:

-Abu, mamá dice que te han cortado un dedo del pie ¿es verdad?
-Así es jovencito.
-Y dice que la culpa es de tu mala cabeza...
-Pues en eso se equivoca tu madre.

El niño le mira contrariado, esperando más información.

-Verás, si acaso, habrá sido por mi buena cabeza. Tu madre cree que chocheo, que estoy que ya no sé lo que me hago, tiene miedo de que viva solo y lo que no sabe es que estoy mejor que nunca.
-Entonces ¿por que te han tenido que cortar el dedo?
-Tu madre cree que me he abandonado, que ya no me importa vivir o morir.
-¿Pero no es verdad, no?

El abuelo duda por un momento.

- Verás, te contaré algo. Cuando era pequeño, más pequeño que tú ahora, un día estaba en el cumpleaños de mi amigo José el de Bolaños. Tú le conociste antes de que falleciera pero no te acordarás. Un señor del pueblo calvo y con unas gafas minúsculas -el niño niega con la cabeza-. En fin, sus cumpleaños eran la monda, sus padres nos daban bocadillos de pan con chocolate, patatas fritas y nos dejaban beber todos los refrescos que quisiésemos porque sus padres tenían uno de los bares del pueblo. Durante el rato que pasábamos merendando, lo pasábamos genial, pero cuando acabábamos de merendar, ahí sí que lo pasábamos bien, se desataba la locura. En el jardín, un poco apartado de la huerta, había un trozo de muro en el que sus padres le habían pintado una portería. Nos tiraban el balón bueno que su madre guardaba en el trastero para que José no lo perdiese y aquello era verlo y enloquecer. Seríamos 10 o 15 niños, todos los del pueblo, corriendo detrás de un balón. Alguno se ponía de portero y todos los demás corríamos como locos detrás del balón. Meter gol era lo mejor que podía pasarnos en ese momento -el niño le escucha atento-. Pues ese día estábamos corriendo como locos y de repente el balón rebotó y se quedó botando cerca de mi. Vi la ocasión de chutar a gol y le pegué al balón con todas mis fuerzas.
-¿Fue gol abuelo?
- No, la verdad es que ni le dí. En realidad le dí en el talón al pobre Manolito que puso el pie delante en el último momento. Le dí con todas mis fuerzas y me hice un daño terrible. Mucho más que el que le hice a Manolito. Fui llorando a casa y mi madre me quito el zapato. El dedo se me había empezado a amoratar. Mi madre me dijo que quizás se me cayese la uña. Yo me quedé aterrorizado. No podía imaginar un dedo sin uña. ¿Cómo era eso? Nunca había visto tal cosa y -continúa en voz baja- me cagué de miedo. Me pasé la noche entera cagado de miedo -la expresión hizo reír al pequeño Rubén.

-Yo tampoco he visto un dedo sin uña. ¿Se te cayó? ¿Te dolió?
- Pues sí, se me cayó. Al día siguiente me desperté con el dedo amoratado, la uña empezó a volverse negra y al de unos días se cayó. No dolió mucho pero tuve que andar cojeando un tiempo y no pude jugar al balón con los demás niños durante el recreo. Eso fue lo que más dolió. El dedo -mira hacia el techo como haciendo memoria-, el dedo en realidad apenas dolió. 
-Ugggh, que asco un dedo sin uña -dice riéndose.
-Ugggh síiiii, mucho asco -contesta el abuelo poniendo caras-. Pero no es eso lo que quería contarte. Al de un tiempo la uña salió y todo volvió a la normalidad. Hasta que muchos años después, también jugando a fútbol, está vez con el equipo del instituto, intentando sacar un balón de entre un follón que se montó al lado de nuestra portería, acabé dándole al palo. Con el mismo dedo. ¡Vi las estrellas!
-¿El mismo dedo?
-El mismito. El pulgar del pie derecho -en ese momento Rubén mira hacia el pie vendado de su abuelo- y me volvió a pasar lo mismo. Se ennegreció la uña. Al de poco tiempo se me cayó y todo eso, pero esta vez la uña que me salió era una especie de uña blanda, que se hundía si la apretabas con el dedo. Esto me preocupó, pero un tiempo después me percaté de que poco a poco, me nacía uña nueva, más dura. Este proceso duró años.
-¿¡Años!?- dice Rubén asombrado. 
-Sí, tanto que me olvidé de ello. Me seguía cortando las uñas, como te las corta a ti mamá, teniendo un poco más de cuidado con el pulgar que con el resto, hasta que toda la uña volvió a ser dura como las demás. Hasta que un día, tendría yo unos 25 o 30 años, un zapato me hizo daño.
-¡La uña otra vez!
-Exactamente, la uña. Yo pensé que me hacía rozadura, que me quedaba pequeño, pero después de un día con aquel zapato, al llegar a casa y quitármelo tenía sangre en la punta del calcetín -Rubén abre los ojos asombrado-. No te preocupes, sólo era un poco. Al quitarme el calcetín vi que esa uña dura, se había encarnado en su lado derecho.
-¿Qué es encarnarse?
-Por así decirlo, la uña empujaba la carne de mi dedo y se clavaba en su extremo -le explica ayudándose del pulgar de la mano-. Está vez ya sí con bastante dolor retoqué la uña para intentar evitar que se clavase, curé la herida, cojeé casi tanto tiempo como la primera vez que se me había caído y desde entonces tuve que prestarle una cuidado especial cada vez que me las cortaba. Con el tiempo me dí cuenta de que por la parte por la que se me había encarnado la uña crecía diferente. Parecía como seca, sin color, inerte. Sin vida -se apresura a decir al ver la intención de Rubén de preguntar por su significado.
-¿Y no te dolía tener una uña sin vida?
-A veces. Normalmente la uña estaba bien, aunque de peor color cumplía con su función. Pero si en algún momento hacía un mal movimiento, enseguida la notaba. Eso ya no dejó nunca de ser así. Y a veces también, si me descuidaba un par de días de más, se me hacía un poquito de sangre, alguna vez se me infectó y todo, ¡y eso sí que dolía! 

El abuelo hace una pausa. Intenta sonreír para el pequeño pero por momentos le vienen recuerdos adyacentes, de toda una vida. Algunos buenos, la mayoría. Algunos no tanto. 

-El caso es que eso siguió así durante el resto de mi vida. Es más, fue a peor. Con el tiempo, pasados los 50 diría yo, empecé a ir al callista. Y con 60 las visitas ya eran casi periódicas. Hasta el punto de que aprendí a hacerme yo mismo lo que él me hacía y así podía intervenirme el dedo gordo yo mismo en casa cuando lo necesitase. Hasta tu difunta abuela me regaló un kit para cuidarme los pies al que desgraciadamente le tuve que dar mucho uso. 
-Pero entonces no entiendo abuelo ¿por que te lo han tenido que cortar?
-Verás hijo, eso es lo que no entiende tampoco tu madre. A mi edad ya has visto muchas cosas. A día de hoy sé tanto... de la vida ¿eh? -puntualiza- de todo lo demás tú serás mucho más sabio que yo para cuando tengas 18 años y vayas a la universidad, pero para saber todo lo que yo sé de la vida no te quedará más remedio que seguir viviendo y llegar a mis años -dijo con una sonrisa.
-¿Pero qué es lo que tu sabes que ha hecho que te corten el pie? No lo entiendo -dice Rubén con el ceño fruncido.
-A lo mejor eres demasiado pequeño para entenderlo...
-¡Abu!
-La única verdad que hay detrás de todo esto es que el cuerpo se desgasta hijo mío. Se desgasta desde el mismo momento en el que nacemos. Con 5 años te das un golpe de mil demonios, lloras un rato, se te cae una uña, y al mes siguiente de que te vuelva a salir ya ni te acuerdas de que pasaste unos días cojeando. Eso va cambiando, muy poco a poco, sibilinamente, hasta que sin darte cuenta, un día, un punto de un dedo del pie te da mil dolores de cabeza.
-¿Qué es sibilinamente?
-A escondidas, sin hacer ruido, como cuando te pillaron cogiendo el euro a tu madre para comprarte aquellos cromos -el abuelo le guiñó un ojo y Rubén pareció quedar satisfecho con la respuesta-.  Total, que acabas invirtiendo tu tiempo y tu dinero en ir a un sitio en el que te curan el pie. Te pasas días enteros cojeando, o con el pie metido en agua caliente delante de la tele. Y durante todo el proceso, muchas veces piensas: aquel día en aquel cumpleaños debería haber intentado un regate. Pero es absurdo pensar eso, porque... porque el chute estaba claro -Rubén entiende la broma y se ríe- y porque si no hubiese sido la uña, habría sido un esguince con 10 años, o un pequeño tirón en las espalda con 15.
-Pero tu sabías curarte el dedo ¿no?

El abuelo esboza media sonrisa.

-Verás jovencito, la verdad es que desde hace un tiempo ya no me alcanzaba a hacer las curas. Lo cuidaba como podía, pero no quería ir al callista de nuevo. Ya sabes que me cuesta andar, y ya usaba cachaba antes de que me lo cortasen, no creo que ahora vaya a cambiar mucho la cosa, no daré saltos igualmente -dice sonriendo-. Cuando se me hacía herida y sangraba un poco, lo metía en agua con desinfectante, pero llegó un momento que cada vez era más a menudo, así que decidí tomar pastillas contra el dolor, aunque bueno, las tomaba igualmente por otros cientos de achaques. Y un día, pensando en tu difunta abuela, Dios la tenga en su gloria, comprendí que no hacía más que luchar contra el proceso natural de la vida. Hoy me han cortado el dedo porque mi espalada ya no quería doblarse tan abajo, tan a menudo. Podía haber dado la lata a tu madre para que me llevase al callista, pero allí habría tenido que esperar en una sala de espera, sufrir el mismo daño de siempre en el pie y volver a casa con tu madre sabiendo que en menos de una semana eso se iba a repetir. Y entre tu y yo, es algo muy muy aburrido. Te diré más -se acerca al pequeño y le susurra con sonrisa picarona-, no se lo digas a nadie, pero en lo que a mi respecta, ese dedo hace ya tiempo que me sobraba.

Rubén hace ya un rato que estaba un poco perplejo, pero la complicidad y la naturalidad de su abuelo le habían mantenido aplacado. Hasta ahora. Ahora le parece entender que a su abuelo le irán sobrando cada vez más partes del cuerpo. ¿Se irá desintegrando por fascículos? Quizás luego le sobre un brazo que le pesa demasiado. Y quizás más tarde, esas orejas tan grandotas que siempre le habían llamado la atención, le sobren también. Y quizás siga así poco a poco hasta convertirse ¿en qué? ¿en una cabeza sin orejas? Él no quiere que su abuelo sea una cabeza, apoyada en una silla, hablando desde el mismo punto y mirando hacia los lados. Una cabeza... sin corazón.

-Abu, si sigues así, ¿te morirás verdad? Quiero decir, que si te siguen quitando partes del cuerpo...

Al abuelo se le escapa una carcajada. 

-Tranquilo hijo mío. No planeo deshacerme de nada más. Si acaso de algún riñón, o de algún órgano interno que me dé guerra, pero por fuera nada más, te lo prometo. Lo que te quería decir con todo esto es que sí, yo algún día me moriré, pero para eso queda mucho mucho mucho... Todavía tienes que acabar la primaria, y después la secundaria. Y después de eso aún tendrás que ir a la universidad y encontrar un trabajo y no planeo morirme hasta entonces. Eso es dentro de un montón de años. Pero lo que te quería decir con esta historia es que en realidad, lo bonito de la vida, es que estamos muriéndonos desde el mismo momento en que nacemos y por eso es tan importante subirse a todos los trenes, conocer a todas las personas, disfrutar de todos los momentos. Por decirlo de otra forma, hay que chutar a gol siempre que lo veas claro... incluso algunas veces que no esté tan claro pero te apetezca, sin miedo a equivocarte. Dejarse llevar y disfrutar. Disfrutar del recreo, correr y jugar; pero también disfrutar del aprender, ¡hasta de aprender las matemáticas!
-¡Qué rollo las mates! Las mates sí que no me gustan nada Abu. 
-Pero las mates que aprendes hoy harán que aprendas cosas más complicadas el día de mañana, y que puedas entender mejor el mundo que te rodea, los planetas, los satélites, pero también los dinosaurios, las flores... Y aprender inglés, porque así podrás hablar de esos conocimientos con todo el mundo, entender lo que ellos te dicen y enriquecerte con lo que te cuenten. Y aprender lengua, para ser un maestro de tu lengua materna y poder dar matices a lo que dices y a lo que escribes y que todo el mundo lo entienda. Y durante todo ese proceso, tendrás achaques; al principio ninguno, luego algunos pocos y al final de la vida unos cuantos, pero aprenderás a vivir con ellos. Porque eso es lo que es la vida -en ese momento Simona entra por la puerta todavía mirando el móvil y el abuelo se vuelve a inclinar sobre Rubén para susurrarle- y eso es lo que tu madre aún no sabe y por eso se preocupa.
- ¿Qué no sé el qué?
- Nada nada -dice el abuelo mientas guiña el ojo a Rubén- cosas de Rubén y mías, ¿verdad hijo?

El niño asiente con una sonrisa de oreja a oreja.


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