viernes, 26 de diciembre de 2008

(Crónica de un regüeldo)

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El avezado Mario creía tener la receta de la risa. Decidiose por gastar una intrépida broma a su amigo Vica. Escondido en la ducha, con la mampara corrida y la puerta del baño cerrada, solicitó los servicios de este para que le frotase esa parte de la espalda a la que no llega uno mismo.
Descubrió Vica la broma para alegría de ambos, y como zascandil que se precie, se dispuso a entrar en la ducha solicitando a su vez los servicios de Jokiñe.
En haciendo sitio a la susodicha, Vica creó nuevo espacio a costa de empujar la manilla del agua que disparose sobre nuestras testas propiciando un remojón de la generalidad de nuestros atuendos. Acontecimiento que Vica aprovechó para hacerse un nuevo peinado a la moda efecto mojado y Mario para ataviarse con un calentito albornoz.
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miércoles, 24 de diciembre de 2008

(Ficción de aficionados)

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-¿Dónde has estado todo este tiempo?
-Bueno, ya sabes, me tomé algún tiempo para mí. He estado viajando, estuve en la India... y en Moscú, y en algunos sitios más... Conocí a una chica. Bueno, primero conocí a otra pero no funcionó, una chica muy guapa. Y luego conocí a la que es mi novia, nos va muy bien, ella es perfecta para mí, tengo ganas de presentartela. Y bueno el resto del tiempo he estado trabajando, como siempre. De vez en cuando he hecho alguna visitilla a mis padres, que están muy bien los dos.
-¿Has venido a ver a tus padres y no has avisado?
-Si, bueno, veras: siempre que he venido ha sido con el tiempo justo, y aqui les he tenido que ayudar con papeleos de cosas, recibos y facturas, ya sabes...
-Sí, ya sé, tranquilo.
-¿Y que tal todo por aqui?
-No, aqui no ha cambiado nada, no te preocupes, todo está igual.
-¿Y ella? ¿Está con alguien?
- Si, claro, se casó.
-Oh, que mierda.
-¿Qué esperabas? Casi somos nosotros los que nos olvidamos de tí, nadie sabía nada de tí. Tuvimos que preguntar a tus padres que te había pasado. Y aún así todo este tiempo... nada, como si no existiésemos.
-Oye, lo siento, creí que tu me entenderías, por eso he venido a hablar contigo el primero. Necesitaba ese tiempo para mí. Tenía que reorganizar mi vida, aclararme, distanciarme de este puñetero pueblo... y de ella.
-Y yo te entiendo, sabes que siempre he pensado como tú. Pero joder, no puedes volver ahora y decirme donde has estado. No puedes decirme donde has estado si te pregunto dónde has estado porque joder, en realidad te estoy preguntando quien has sido y quien eres ahora. Y no se si será el volver aqui, pero no das la sensación de tener la respuesta, sigues pareciendo el mismo crío asustado y gilipollas.
...
En fin, no te molestes conmigo, te lo digo como amigo.
Seguimos tomando cervezas en el bar de Andrés, pasate esta tarde y saluda a los chicos.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

(Ficción de aficionados)

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-¡Papá! ¡Papá!
-¿Qué pasa hijo?
-Da la luz. Mira, acabo de soñar que era una gaviota. Volaba y volaba, y he visto cosas maravillosas. He llegado a una montaña nevada y me he posado en la nieve.
-Bien hijo, pero tienes que dormir, solo ha sido un sueño.
-¿Cómo que solo ha sido un sueño? Te estoy diciendo que era una gaviota, y he volado por encima de valles profundísimos, y podía elevarme muy alto.
-Está bien hijo, pero era un sueño. Me alegro de que te haya gustado, pero ahora ya ha pasado y tienes que seguir durmiendo.
-¿No lo entiendes papá? Te estoy diciendo que era una gaviota, ¿no lo entiendes?, yo era la gaviota. Arranqué el vuelo junto a un puerto pesquero y me alcé por encima de valles y montañas hasta llegar a la fria nieve. Te estoy diciendo que yo era una gaviota de verdad, ¡y sentía el frio en mis patas!
-No hijo, era solo un sueño. Tú eres un niño pequeño que está aqui, y que tiene que dormirse.
-No papá, eso no puede ser verdad. Aqui lo que había era el cuerpo de un niño con los ojos cerrados y tumbado de cualquier forma. Pero yo, papá, lo que soy yo era una gaviota. Era mucho más esa gaviota que ese niño tumbado en la cama. ¡La diferencia es gigante! ¿Cómo no te das cuenta? Yo apenas notaba el roce de las sábanas, pero sentía perfectamente el viento, y el frio de la nieve.
-Bueno hijo, pero ya pasó. Ahora tranquilizate y duerme. Buenas noches hijo.
-No, no tienes ni idea papá, no tienes ni idea...

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sábado, 6 de diciembre de 2008

(Ficción de aficionados)

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Bajó hacia el mercado como un sábado cualquiera. Dobló la esquina de su calle y enfiló la cuesta abajo, al final de la cual se encontraba la plaza salpicada de todo tipo de puestos de frutas, verduras, carnes, pescados y quesos.

En la bocacalle de San Pablo, a donde daban las traseras de algunos bares, un anciano conversaba acaloradamente con el que parecía ser su nieto. Un poco más abajo, el relojero, un hombre de avanzada edad, conversaba en la puerta de su relojería e invitaba a pasar a un hombre bien vestido que llevaba una maleta. En la otra acera dos amigos parecían celebrar algo porque se abrazaban, y un conocido que pasaba por alli le daba la mano en señal de felicitación a uno de ellos cuando este hubo cesado su abrazo. Un mozo con prisa entraba en un portal cargado de bolsas de la compra. Casi llegando a la plaza, dos hombres altos, protegidos del sol con sendas gafas, fumaban en la puerta de un restaurante en el que seguramente estuviese prohibido fumar.

Por fin llegaba al mercado. Le resultaban agradables las mañanas de otoño en el mercado recibiendo los timidos rayos de sol en su calva.
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Bajó hacia el mercado como un sábado cualquiera. Dobló la esquina de su calle y enfiló la cuesta abajo, al final de la cual se encontraba la plaza salpicada de todo tipo de puestos de frutas, verduras, carnes, pescados y quesos.

En la bocacalle de San Pablo, emboscado en la trasera de los pubs, un anciano le echaba en cara a su atracador, un joven toxicómano, que era un desgraciado y un indecente. El toxicómano sacaba del bolsillo una navaja terminando de persuadir así al anciano de que le entregase la cartera. El relojero, conocido pasante de todo articulo de lujo al que no se sepa como dar salida legal al mercado, abría con discreción la puerta de su relojería y miraba de lado a lado, antes de dejar pasar con una palmada en la espalda a su traficante de esa mañana. En la otra acera, dos rumanos celebraban con abrazos haber colocado de golpe dos kilos de coca bastante cortada, solventando así un marrón que les había tenido en vilo toda la semana. Justo en ese momento un cliente habitual se acercaba a por el gramo que ya había apalabrado y le tendía al traficante una mano adornada de 60 euros por el lado de la palma. Un chaval con demasiados vicios entraba cargado de bolsas en el portal de una casa de citas, que estaba siempre abierto. Se dirigía al segundo derecha, donde las prostitutas le pagaban al momento la compra robada, que de haber sido adquirida legalmente, doblaría su precio. Al final de la calle, justo llegando a la plaza, los guardaespaldas de Manolo Bocanegra custodiaban la entrada de su local fumando un cigarrillo. Las luces del interior apagadas indicaban que el restaurante estaba siendo usado plenamente por el señor Bocanegra, que probablemente estuviese cerrando unos trapicheos con, digamos, un traficante de coches.

Por fin llegaba al mercado. Le resultaban agradables las mañanas de otoño en el mercado recibiendo los timidos rayos de sol en su calva.

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martes, 2 de diciembre de 2008

(Ficción de aficionados)

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No quiero que me dé la razón porque sea igual darmela que no. Porque dármela sea más facil que explicarme por qué no la tengo. No quiero su desdén, respirar el hedor de su autosuficiencia, puaj. No quiero miradas por encima del hombro, y detesto la sensación de cuando empiezo a sentirme inferior por un instante, justo antes de que mi subconsciente vomite en su puerta. No quiero que me habrá la puerta, o que me dé la llave pensando en que luego podrá recordarme quien me dió la llave. No. Quiero agarrar el pomo de la puerta y girarlo yo mismo, darla patadas si se atora, cargar con el hombro si está cerrada. Hasta caerme al suelo rendido. Si está cerrada... si está cerrada mearé en la puta puerta, grabaré con una navaja "¡fatiga! ¡insomnio! ¡desidia!", la desconcharé a arañazos. Y no pararé de patear la puta puerta, de escupirla y volver a patearla, hasta que yo y solo yo, decida que ya es suficiente. Y entonces cogeré una piedra, la más grande que encuentre y la tiraré a la ventana. Romperé los cristales y gritaré para que se me oiga bien dentro "¡Jódete porque soy yo el que no quiere entrar!"

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