jueves, 18 de septiembre de 2008

(Ficción de aficionados)

Toqué la puerta y se abrió ante mí una luz lúgubre que perfectamente podía albergar una sesión de espiritismo. Ante mí estaba Cristine, asi que alargué el brazo furtivamente y le pasé 50 dólares que intentó rechazar. La miré con la cara de otras veces y ella se los guardó herida en su orgullo.
El aire de la habitacion aunque viciado, no llegaba a ser desagradable del todo.

- Pasa, John está ahí, mirando la tele.

El resto de la habitación no ofrecía mas alegrías que la luz que la iluminaba. John estaba sentado en un viejo sillón rojo que con la oscuridad parecía granate. Al rededor todo transmitía una sensación de desorden. John no miraba la tele que estaba encendida, sino que su vista se perdía a la derecha de esta. Cuando me vio hizo ademán de levantarse y a medio camino nos dimos un abrazo. La manta vieja que le cubría calló al suelo y la recogió de nuevo al sentarse.

-Celebro verte por aqui. ¿Que te trae?
-Ya sabes, he venido a ver a un viejo amigo- todos sabíamos que cuando aparecía por su casa era para darle algo de dinero, no mucho ya que yo tampoco andaba sobrado, pero lo suficiente como para que pudiese comprar algunas medicinas y aliviar así sus cada vez más frecuentes recaidas-. ¿Qué tal suena tu vieja flauta?

El se rio durante un rato. Hacía ya tiempo que eramos amigos y habíamos conseguido sintonizar nuestro sentido del humor. Cristine tomó una silla y se sentó a nuestro lado.

-¡No me hables de su saxo! El otro día habló en sueños, y ¡habló de vender su saxo! Y eso no es lo peor de todo, lo peor es que cuando se lo dije a la mañana siguiente, le pareció una buena idea.- John la oía y reía con la mirada hacía rato perdida a un lado de la tele.-¿¡De qué ibamos a vivir entonces!?
-Maldito saxo-musitó sin que nadie llegase a oirle.
-No puedes hacer eso John, tu saxo lo es todo-le dije.
-Claro que puedo, a veces pienso que debería venderlo y mandar todo al carajo. Las deudas de hoy las pago la semana que viene para poder contraer otras. Pero ¿y si no las pagase? Ya no me preocuparían las deudas nuevas, y entonces si que podría estar aquí tranquilo, como estoy ahora, bajo esta manta, y sin esta asquerosa fiebre.

Me fijé en él y sudaba, aunque era difícil de ver en la oscuridad. El trozo de brazo que le asomaba por encima de la manta era bastante delgado. Le pregunté si comía bien y dio un manotazo al aire. Cristine se levanto a preparar café.

-Oye hermano, quiero darte las gracias...
-No sigas John, ya sabes que lo hago por que quiero.
-En cualquier caso yo te lo agradezco. Bajaré ahora a comprar las medicinas, y mañana estaré algo mejor. Y quien sabe, quizas el jueves ya pueda actuar en el club con los chicos.-Su mirada se perdió de nuevo-. Lo estoy deseando.

Cuando Cristine regresó con el café, él se puso en pie de un brinco y se vistió para bajar a la farmacia. Se paró en el umbral de la entrada para que Cristine le dijese que por favor volviese rápido, remarcando el "por favor" con un punto de miedo en su mirada. Nos afanamos en envolver nuestras tazas de café con las manos y entonces ella se echó a llorar.

-Cada dia piensa más en colocarse. Y cada día esta peor cuando no lo hace. Y yo a veces, le doy un poco de dinero porque...- se calló y pararon las lágrimas- porque deberías oirle cuando toca con una ración de esa mierda. Es verdaderamente... bello. Dios, toca como nunca antes ha tocado. A veces los chicos le engañan para improvisar y poder dejar de acompañarle a la mitad y simplemnte quedarse mirándolo. Es genial, de verdad. Él ni se da cuenta, y pasan minutos y minutos y es igual que cuando estabamos en Nueva York, qué digo, ¡es mejor!. Y solo por esos momentos merece la pena. Dura un rato, a veces puede llegar a ser una hora, y es perversamente bueno. No se le nota la flaqueza de las piernas ni de los dedos, y se mueve, y a mi me parece verlo 20 años más joven. Pero luego-se le borró la sonrisa- luego de repente empieza a desafinar y él se da cuenta y al instante para. Y le habla a quien le escucha de como el tiempo es relativo y esas cosas que le gusta tanto decir, y que la verdad ya ni los chicos aguantan. Solo tú y algun pobre seguidor que lo idolatra, todavía.

Se hizo el silencio y bebimos café. Al termino de un cigarrillo me levanté y abracé a Cristine con fuerza. Ella me miro:

-¿Sabes? Ya hay gente que ha dejado de saludarle. ¿Cuanta gente le puede conocer en Nueva Orleans? Por Dios, ha tocado aquí desde siempre y cada vez hay mas caras que se dan la vuelta. Dile que haga algo, a tí todavia te hace caso.
-Tranquila, ahora cuando me lo cruce le pediré que se reponga para el jueves, pero escóndele el tabaco y cuida de que se abrigue.

Pisando los primeros escalones tomé aire fresco para mis pulmones y oí que subía unos pisos mas abajo. Al encontrarmelo en la escalera nos dimos un abrazo.

-John, el jueves estaré en el club, prometeme que te repondrás para tocar como solo tú sabes hacerlo.
-Te lo prometo.

Me fui jodidamente contento, porque sabía que si me lo había prometido lo haría. Y solo por eso seguía siendo su amigo.


(A Julio supongo)

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