viernes, 19 de septiembre de 2008

(Crónica de un regüeldo)

El bar se llamaba Charlston, o Claxton, o algo así. Los amanerados jebis de las 7 de la mañana decían de él que siempre abría (o que nunca cerraba) y que pese a parecerlo, solo había que empujar la puerta convencido. Que la gente era mala gente, pero eso sí, solo si se la molestaba.

Con esta presentación entramos en el Chlaston, y sí que parecía estar cerrado, sí que la única forma de entrar era empujando la puerta convencido, y sí que había gente que a priori, se podría calificar de mala.

Dentro habia oscuridad, y malas formas, y música no muy alta. Suciedad, gente enigmática y mucho viaje al baño. Los precios no eran baratos y el ambiente no era del todo distendido. No obstante, daban de beber (diría que licores de extraperlo). Para más seguridad, el Malxton, contaba con dos salidas.

Pero lo mejor de todo, es que en medio de suciedad, oscuridad y carismas de tabique roto; Josu decidió quedarse en el Haxton.

(Hoy hemos llamado a su casa y parece que ha llegado entero)

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