jueves, 13 de noviembre de 2008

(Ficción de aficionados)

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-Mis padres dicen que vayamos la semana que viene otra vez a comer con ellos. Les he dicho que tenías que trabajar. Bien, ¿no?

Bobo dejó la cucharilla del café mal apoyada en el borde del plato mientras abría los ojos- ¿no?- repitió Sonrisa. Pero él ya no la escuchaba, miraba tras de ella, a través de la gran cristalera. Al otro lado algo le había resultado perturbadoramente familiar.

Se empezó a levantar ignorando a Sonrisa -¿a dónde vas?- y mientras lo hacía una melena rubia impactaba en su subconsciente y se desvanecía. Siguió poniendose en pie, empujando hacia atrás la silla con la parte trasera de sus piernas. La silla choco con otra silla ocupada por una señora; él ni se dio cuenta. De repente otra vez: una sombra de ojos oscura, una mirada penetrante impactaba en algún callejón de su memoria. Y de nuevo desaparecía.

Salió corriendo de la cafetería siguiendo esas botas de lluvia verdes -botas verdes como el destello verde de un recuerdo-. Se mojó durante unos metros hasta que se dio cuenta de que la había perdido. No sabía bien a quien seguía, pero perderla le dejó planchado. Se quedó quieto bajo la lluvia intentando recomponer el puzzle de dentro de su cabeza. No pudo, y tras mucho pensar empezó a notar el frio, el agua empapandole. Al levantar la vista para emprender su regreso, para acabar ese café con Sonrisa y no saber qué responder a sus preguntas (¿a dónde has ido? ¿por qué te has mojado tanto? ¿no te das cuenta de que vas a coger una pulmonía?); entonces la vio en la otra acera.

Cruzó a toda prisa, se salpicó con los charcos que él mismo pisaba; y despistado, se dejó atropellar por un coche que no pudo frenar lo suficiente. Rodó sobre el asfalto calandose hasta los huesos, y entonces se dio cuenta. Se levantó haciendo caso omiso al conductor que había salido del coche preocupado y corrió cojeando en su búsqueda. Vio su corta melena rubia a lo lejos, comprobó sus botas de lluvia verdes y aceleró.

-¡Beso!- gritó- ¡BESO!-. Ella paró en la acera, pero no se giró.

Eludió el dolor como pudo durante los metros que le quedaban para llegar a ella. Cojeando, a trompicones, le dio alcance cuando ella comenzaba a girarse. El la abordó por un lado cuando ella había dado ya casi media vuelta. Se enfrentó a su mirada penetrante, reforzada por la sombra de ojos oscura y al intentar hablar notó que le faltaba el aliento:

-Beso... ¿eres tú?

Sí, era ella.

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