jueves, 1 de octubre de 2009

(Ficción de aficionados)

.

Ciego no se atrevia a decir que él sabía mucho sobre las mujeres. Que no importaba demasiado el tamaño de sus pechos, que conocía el momento exacto en el que darles un abrazo, que sabía hasta el tiempo necesario para dejarlas estar a solas. Conocía sus puntos débiles, incluso sexualmente hablando, casi a la perfección. Nunca aseguraría que son todas iguales, pero ni loco aseguraría que todas son diferentes.

Cuando les contaba algo, Mudo asentía la mayoría de las veces (no siempre) y limpiaba especialmente sus orejas cuando Ciego le daba consejos sobre sexo. En cambio Sordo solía reirse de Ciego y boicoteaba sus conversaciones a grito vivo. Parece ser que el creía que las cosas eran más sencillas, para Sordo había solo dos tipos de mujeres: las que hacían lo que él quería y las que no.

En sus momentos débiles, Ciego le confesaba a Mudo que quizás estaba totalmente equivocado y que en el peor de los casos Sordo tendría razón. Mudo no le solía tomar en serio, porque Ciego era un entusiasta de sus pareceres y Mudo lo sabía. Pero aquella última vez, mientras las palabras de Ciego le drogaban los oídos a la vera de un par de whiskies, Mudo agradeció que no hubiese nadie allí que pudiese verle llorando.

Mientras tanto Sordo lo pasaba en grande en el asiento de atrás de su viejo Audi80 con un par de chicas de moral distraída, que para más datos confesaron ser primas lejanas.

.

No hay comentarios: